sábado, 16 de junio de 2018

Otras miradas. Desde mis ojos…



Cada día, me levanto y pareciera que el tiempo pasa muy rápido, muchas veces las personas me hablan y solo después de un par de horas logro elaborar en mi mente una respuesta adecuada. A través de los años he ido creando una serie de respuestas que pueden ser apropiadas “en toda ocasión” pero en general me pasa que la embarro… lo peor es que no me puedo quedar callada, y aparece mi bocota y ¡zas! alguien resulta herido. Ahora, a mis cuarenta y tantos, he logrado aprender a frenar un poco mi boca y mi impulsividad (con la gracia de Dios).


El mundo gira tan rápido que no alcanzo a procesar todaaaaaa la información. Esto muchas veces causa la impresión de que no quiero hacer las cosas, que soy floja… Pa peor, esto se une a mi cabeza de pollo (déficit atencional). Muchas veces las personas me dejan fuera. A mí me encanta participar en todo, y también organizar cosas, y creo que soy buena en eso porque soy muy detallista, pero en general la mayoría de las personas ven que lo pueden hacer más rápido que yo, y simplemente van y toman la delantera. Eso es fácil porque soy terriblemente lenta. 



Ver a la gente haciendo un millón de cosas, mientras yo solo puedo hacer una o dos al día ya no me da la sensación de  “incapacidad” que tenía más jovencita. He aprendido que, gracias a mi lentitud, tengo una manera particular de mirar la vida. Siento que puedo disfrutar mucho más de los pequeños detalles, y puedo ver las situaciones con altura de miras. Además, ahora puedo hacer muchas más cosas cada día, aunque debo tomarme mi tiempo de calma y silencio para procesar (si no lo hago me fundo). Ahora sé que soy capaz de mucho, gracias a mis hijos he descubierto que puedo hacer muchas más cosas, solo debo preocuparme de tomarme mis momentos para orar, para cantar, para disfrutar el silencio y después seguir adelante.

Todos tenemos la capacidad de aprender, unos más rápido, otros, más lento. Todos tenemos la capacidad de amar y de ser un aporte en nuestras familias… colegios, donde sea.

El hecho de que mi cerebro funcione un poco diferente que el de los demás, no me convierte en discapacitada o en incapaz. Ni puede ser una excusa para olvidarme de todo lo importante, cada día hay que hacer un esfuerzo por ser mejor, creando estrategias para recordar, creando estrategias para no ser tan impulsiva…  Entregándose a la voluntad de Dios, y confiando en Él. Claro que hay que aceptar que no puedo hacer exactamente las mismas cosas que hace todo mundo, pero eso es porque Dios en su inmensa sabiduría nos ha creado únicos, y sé que a cada uno (incluso a mi) nos ha dado un don, algo único que nos hace irreemplazables.